Si tu hijo no te
hace sentir emociones extremas, no es tu hijo o tú no eres su padre. Desde El
mismo comienzo, cuando te enteras que está por nacer, ya te comienza a provocar
emociones encontradas. Por un lado sientes la alegría que produce poder traer
al mundo alguien de tu misma sangre, de tu propia descendencia, alguien que con
su tierna sonrisa acariciará tus mejillas desde ese mismo momento en adelante.
Y por otro lado te llena de miedos e inseguridades por no saber si vas a poder
con tamaño responsabilidad de cuidarlo, protegerlo y llevarlo de la mano para
convertirlo en una persona de bien.
A medida que va
creciendo, destapa esa caja de pandora emocional, en donde descubrimos nuestros
propios ansiedades, fortalezas y virtudes. Despierta la compasión y ternura que
quizás pudo haber estado estancada en el pozo del pasado, dejándola fluir hacia
torrentes de agua viva, desbordando risas y carcajadas a lo largo del diario compartir.
Si estás trabajando
mucho, para supuestamente poderle proveer sus necesidades materiales, te cuento
que va a crecer y recordar más las necesidades sentimentales y emocionales que
le hayas inculcado y compartido en esos ratos en donde ambos se sumergían en juegos,
caricias, abrazos y risas.
También la mano
fuerte y firme, sin llegar a ser ni retadora ni abusiva, es necesaria para la
recta formación de su carácter y estima. Sus enfados y te odio no dejar de
faltar, y si te descuidas tu propia valía, te pueden llegar a causar grandes
agujeros en tu ya lacerado corazón.
Sus logros te hincharán
el pecho de orgullo, y el corazón se colmara de gratitud y alabanzas al Creador
por haberte prestado, solo por un breve lapso, a esa bella criatura que puedes
llamar hijo. Su rabia y su dolor se convertirán rápidamente en tu dolor, más
punzante que espada afilada, atravesará tu corazón sin compasión alguna. Sus
espinas se quedaran clavadas en el miocardio, para después ser sanadas por la
suave seda de sus disculpas y amor.
Tener un hijo es
una locura, pero más locura es no experimentarlo. Tener un hijo es una bendición,
es un regalo inmerecido que la vida nos regala. Tener un hijo es poder
proyectarnos a distancias inconcebibles, llegando a futuras generaciones a través
de ellas y de sus descendencias.
Te pregunto, ¿Qué
quieres dejar como legado?