martes, 26 de octubre de 2021

El árbol caído

Dice el dicho que de el árbol caído todos hacen leña, pero hoy recapacité y me di cuenta de que también existe lo contrario desde otra perspectiva, como siempre. Cuando una persona se nos va, abandonaba el plano existencial, la mayoría de la gente a su alrededor, familiares y amigos lo que hacen es construir una gran cabaña con el árbol caído.

Muchos comentan de todas las cosas buenas y nobles que hizo esa persona en vida. Algunos pueden recordar algunas de sus vicisitudes y desavenencias, pero al final siempre sale a relucir y brillar la mejor cara de la moneda. Es como que lo malo pasó a ser más efímero que lo bueno, al final como que no cuenta. 

Eso me lleva a reflexionar que tan importante es una nuestra conducta y nuestros valores durante esta estancia en esta estadía temporal. No por nosotros que nos vamos, más bien por las personas que dejamos y nuestro bendito legado. No se imaginan lo bien que me siento cuando escucho a los amigos y conocidos hablar de mi padre que se nos fue hace más de un año. No quiero pensar que me llena de orgullo porque estaría ganando indulgencias con escapulario ajeno, pero me llena de alegría saber que la vida, PapaDios mismo, me regaló como padre a un ser ejemplar en la mayoría de sus ámbitos. Las huellas que dejó son profundas y diversas, a borbotones, por todos lados.

Siempre he pensado que la vida son decisiones, a cada instante, en cada lugar. Puede ser positivo crear el habito de tomar decisiones en positivo, fundadas en los verdaderos principios espirituales y humanos. No se trata de querer ser o aparentar ser correcto o justo, pues es tarea loable pero imposible. Trata de crear espacios para que surjan momentos y vivencias que dejen colar el verdadero amor, bienestar, paz, seguridad y fe.

Es no hacer lo que me provoca, o lo que mis emociones me empujan a hacer. Es llevar en la frente la firme decisión de ejecutar aquello que es difícil, que cuesta, pero que es beneficioso para todos, no solo para mi. Personas rencorosas dirán: “que bonito este después de todo lo que dijo e hizo”. Pero yo a esas personas les recuerdo que minutos antes de morir el ladrón crucificado a la derecha de Nuestro Señor Jesucristo, se arrepintió de sus pecados, lo reconoció como su Salvador y le dio entrada al reino de los cielos en ese mismo instante.

Yo no hago ni quero hacer el bien para merecerme el amor de Dios, su bondad y su perdón, ya eso lo tengo como resultado de mi fe, lo hago en profundo agradecimiento, y como resultado de mi madurez espiritual que me guía a hacer todas las cosas que benefician al equilibrio mismo de la existencia universal.

Me parece que hoy la gente quiere vivir como si no hay un mañana, como si la vida (y la muerte) eterna no existiesen. Quieren justificar todas sus malas acciones en supuestos derechos sin base ni forma. Solo saciar su sed de pseudo justicia y dejar que su ego carnívoro devore a todos los que se atrevan a contrariar el apetito de su carne. Es cómo que quieren vivir solo para satisfacer sus deseos más íntimos, sin importar las consecuencias. Así, tal cual, como solía vivir yo antes. Con la enorme diferencia que en ningún momento quise ni hice hacer gala de mi inaptitudes y desenfrenos, y mucho menos los quise promover con banderas, hashtags y desfiles. Recuerdo las sabias palabras de unos de los pastores del pasado: “no solo queremos pecar, nos queremos sentir haciéndolo”.

Creo que estamos viviendo una época en donde toda una generación está caminando como zombis o deambulando como sonámbulos, sin norte ni razón. No se percatan de la madurez de esta vida, que en parte trata de comprender y aceptar que todo, sin excepción, todo lo que hacemos tiene consecuencias. La trillada idea de que el aleteo de una mariposa en el oriente causa un tsunami en las costas de occidente es la mejor pintura que encuentro para representar la interconexión de los eventos que vivimos.

Yo oro y te pido que te unas a mis oraciones para que toda esa gente adormecida, se despierten a la verdad del espíritu y comiencen a ver y entender la verdadera consecuencia de sus acciones. De lo contrario, me parece, estamos destinados a una triste hecatombe producida por la terquedad y egoísmo de esta generación. Disculpen lo negativo, hoy amanecí así.


miércoles, 6 de octubre de 2021

Los de Cristal

Recuerdo recién llegado a este país estaba de moda todo lo relacionado con los niños índigo. Básicamente esa corriente describía unas supuestas características de los niños nacidos en cierto periodo de tiempo, creo que era en los ochenta y noventa, quienes iban a mostrar unas cualidades especificas, pero la verdad es que la mayoría de esas características coincidían con el manual de diagnóstico clínico para describir a personas con déficit de la atención e hiperactividad, conocida acá como el ADHD, por sus siglas en inglés. 

Luego de pasarse esa tendencia comenzó a surgir la próxima, la llamada generación de niños de cristal. Esta movió sus características de los síntomas de déficit en la atención hacia algo mas parecido al síndrome del autismo.

Reflexionando hacia esa tendencia, creo que las personas que acuñaron ese término no sabían lo cerca que iban a estar de la mejor descripción de las nuevas generaciones.

Estoy en total acuerdo que la nueva generación se debe llamar de cristal, pero no por sus parecidos o coincidencias con los síntomas del autismo, más bien por la fragilidad de sus egos, su autoestima y tolerancia a los inconvenientes en la vida.

No quiero ni pensar como esas personas van a afrontar las diferentes vicisitudes de la realidad que les aguarda en muy poco tiempo. Creo que van a colapsar y toda una generación corre el riesgo de desvanecerse en el olvido de la historia.

Me refiero a ese tipo de persona que se la pasan diciendo cosas como: No me veas feo, no me llames así, no me hagas bullying, no me acoses, no me digas cual sexo soy, etc, etc, etc. 

Todas esas personas “culipandiosas” van a chocar con la pared de concreto que es la vida misma, la cual no tiene desperdicio y no anda con sandeces de supuestos códigos de lo políticamente correcto. A las cosas y las personas hay que llamarlas por su nombre, sin importar a quien le duela. Si esas personas se sienten ofendidas, mas ofendidos podemos estar nosotros, la generación del ayer, que fuimos formados no en tiempo de pandemias reinventadas, sino en la calle, con abusos, bullying y groserías. Aquí estamos, mas fuertes que nunca, luchando por un mundo mejor, en donde los principios de la verdadera moral y las buenas costumbres hay que defenderlas a capa y espada, pero no por nosotros mismos, sino mas bien por esas personas que quieren, sin saberlo, desestabilizar la armonía del sistema ecológico social.

Nuestra historia, experiencia y vivencias soportan lo aqui comentado, hay que actuar acorde.