martes, 26 de enero de 2021

La metamorfosis del comunismo

La oruga, no tan agraciada como su sucesora, es considerada un insecto hasta repugnante. Pero se sabe que de sus entrañas puede salir una de las creaciones más hermosa.

El comunismo tiene exactamente el proceso inverso. Comienza con un país construido sobre bases sustentables, fortificado por sus políticas económicas pro-capitalistas, y viene el comunismo y convierte a esa nación en una de las orugas más monstruosas que se pueda conocer.

Deja evidencia en las fachadas de las viviendas, donde la pintura se escarapela y el moho tiende campaña. Los metales se oxidan y el polvo se junta con la telaraña para hacer sus nidos entrelazados.

Los edificios gubernamentales se pintan capa sobre capa, pero no logran ocultar su deterioro, al igual que la conciencia de sus inquilinos permanentes. El tiempo se congela y comienza a retroceder. Los modelos de los autos, de los electrónicos y de lo que un día fue tecnología involuciona y se estanca a décadas de diferencias de sus países vecinos.

Se aplica el cuento de la rana para hervirla en agua caliente. La población se acostumbra y aclimata a lo que sucede y lo percibe como normal o como lo que toca. Largas colas para adquirir bienes de primera necesidad a precios exorbitantes. Una comida al día se hace la norma. Los obesos son propiedad del estado, el resto de la población pierde peso paralelo a su dignidad.

La moral, las luces y las buenas costumbres se deslizan a través de las grietas de la espiritualidad. Se siembra la semilla del temor al humano y la ignorancia de Dios. Se sustituyen los ritos religiosos por comparsas quirománticas de azufre y de sal. Las brujerías, los trabajos montados, hechicerías y vudú aparecen en cada esquina. Tabacos, café y collares acompañan el sudor de sus babalaos, y el pueblo embrutecido los sigue, les teme y los busca para todo.

La sociedad se desmoraliza al punto que se prostituyen en su mayoría, de una manera u otra. Unos con sus cuerpos, otros con sus almas. 

No hay nada que el comunismo no toque y no destruya. A los que lo manejan les destruye su pobreza, los convierte en millonarios vestidos de seda. A los que la padecen los convierte en estatuas de medusa.

Es mucho lo que se puede decir y describir del paso del comunismo disfrazado de socialismo por las naciones, pero cuando se ven sus marcas ya es muy tarde para extirparlo. Han pasado generaciones, y estas no conocen otra cosa que no sea el descaro y la inmoralidad de sus mandatarios. La escasez, la sobrevivencia, el desespero se disfraza con la música, el arte y el humor. Se convierten en sociedades “felices” que no es mas que la tristeza y desasosiego enmascarados en la diversión y la genialidad.

Al noble pueblo estadounidense le imploro que observen esas marcas que ya están comenzando a hacer estragos en pueblos y ciudades. Silenciosamente a ratos y otras a gritos y empujes anárquicos se va colando sin dejar evidencia de donde viene, pero si hacia donde va. 

El comunismo es un cáncer en el pensamiento, un tumor maligno del alma, hay que exterminarlo con la luz brillante de Dios y su guía divina. 

Esta sociedad en donde vivo, la norteamericana, no salió del juego del azar, de unos dados chocando en el universo. Es el producto de gente preparada, pensante, con espiritualidad y honor arraigado. De principios y propósitos nobles y loables, con proyección a las generaciones venideras y la firme convicción de un poderoso porvenir, no como producto de sus tierras, sino de su gente, como debe ser.