sábado, 5 de septiembre de 2020

El mercurio del amor

Imagina que existe un termómetro de mercurio invertido entre tu corazón y tu cerebro. Dentro contiene el mercurio que mide la “temperatura” que existe entre ambos. A medida que el mercurio se acerca al corazón la temperatura sube y se pone más “caliente”. Lo inverso aplica.

Esta metáfora explica un fenómeno psicológico y emocional que vivimos a diario desde que nacemos. Estoy convencido que desde el mismo momento en que comenzamos a interactuar con otros seres humanos, venimos desde el corazón, queriendo decir que somos más proclives a amar y ser amados. Las experiencias traumáticas, traiciones y decepciones van haciendo que ese termómetro comience a bajar la temperatura y se vaya hacia el cerebro, la mente, a través de la intelectualización de los eventos.

Como creemos haber sido heridos, sea real o no, buscamos un mecanismo de defensa que detenga el dolor y el daño causado llevando todo a la razón. Eso hace que nos alejemos de los sentimientos, evitando sentir y es justa allí cuando el corazón se comienza a enfriar y deja de sentir.

Calero esta, toda esta estrategia es mera ilusión. La verdad es que, si seguimos sintiendo y todo eso se va colando a través de nuestro ser, convirtiéndose o transformándose en otras cosas. Podemos comenzar a somatizar enfermedades físicas, problemas mentales y alejamiento espiritual, es decir, nos alejamos de la vida espiritual.

La idea de todo esto es que podamos desarrollar la habilidad de reconocer nuestro termómetro y aprender a medir esa temperatura. Lo ideal es que este más cerca del corazón que del cerebro, aun a pesar de los riesgos (al dolor) que eso conlleve. Creo que es preferible aprender a vivir con cierto dolor que a vivir sin amor en nuestro corazón.

Estoy convencido que las personas que se dedican a hacer el mal la mayoría del tiempo, sin importarle a los demás es porque fueron heridos, no sanaron esas heridas y eligieron enfriar sus corazones para no volver a sentir dolor y ahora pagan y pagamos las consecuencias de esa decisión.

Si me preguntas: “¿Cómo puedo mantener el mercurio en temperaturas más cálidas, cerca de mi corazón?” Relativamente fácil. Primero, acércate a Dios y a su inmenso amor y misericordia. Lee su Palabra diariamente y dale permiso a su amor a que entre en tu corazón. La Palabra de Dios tiene la fuerza y el poder de cambiar tu temperatura interna, de acercarte al amor, recuerda que Dios es amor, y en donde esta Dios, no hay temor.

Después puedes hacer ejercicios de perdón. Piensa en todas la persona y situaciones que creas te hayan causado cualquier daño y dolor y ve liberándote de cada una de esas experiencias a través del perdón. Perdonar es dejar ir el deseo de malestar hacia esa persona que creemos nos hizo daño. Al perdonar, le damos permiso a que no le vaya mal o le ocurra algo similar o peor a lo que nos hicieron, todo lo contrario, le deseamos el bien. Podemos recordar lo ocurrido, pero sin dolor, sin emoción. Al perdonar, que solo viene del corazón, del amor, de Dios, estamos entrando a la zona cálida de la vida, a vivir en el amor de Dios.

 

 

miércoles, 2 de septiembre de 2020

Hay algo fabuloso del cerebro: todo.


 

Los que me conocen saben que soy un apasionado estudioso del cerebro. Me encantaría saber mucho más de lo que se, pero lo que hasta ahora he aprendido me ha mostrado que es una de las tareas más complejas que pueda existir: Entender su funcionamiento.

 

Entre todas las cosas que hace el cerebro, la que más me fascina es su ahorro de consumo.

El cerebro es un ahorrador de energía a todo dar. Debido a que consume más del treinta por ciento de la energía que producimos en el día, el cerebro siempre anda en búsqueda de cómo optimizar su funcionamiento y gastar menos energía, sobre todo en cosas triviales.

 

Esta estrategia, aunque parezca y sea fabulosa, trae consigo varias consecuencias negativas para el diario vivir. Por ejemplo, cuando aprende algo nuevo, tiende a repetirlo lo más parecido posible, para que en sus próximas ejecuciones se haga de manera fácil e inconsciente, gastando menos energía. Esto en un principio puede sonar positivo, y lo es, pero en su otra cara hace que el cerebro no busque otras maneras diferentes de hacer la misma función, solo solidificando y fortaleciendo los canales ya creados – sinapsis – y no se le hace necesario activar nuevas áreas o entretejer nuevas interconexiones.

 

Pongo un ejemplo: si aprendimos un camino de cómo llegar al trabajo manejando nuestro automóvil, y repetimos esa función unas cuantas veces, de seguro que vamos a poder llegar al trabajo sin pensar, en lo que conocemos como el piloto automático del cerebro o hacerlo inconscientemente. Eso está bien. Ahora, el cerebro también necesita ser retado para agilizar y mantener joven su funcionamiento, y esto se hace a través de ejercicios diarios, obligándolo a tomar rutas alternas, resolver acertijos y conseguir posibles soluciones.

 

No podemos dejar que el cerebro se conforme con buscar y ejercitar las formas más eficientes de funcionamiento. Lo tenemos que empujar a querer aprender todos los días cosas nuevas y diferentes. Como dicen acá en los Estados Unidos: “Use it or lose it” (Úsalo o piérdelo).

 

Por eso te invito a que todos los días busques y consigas diferentes formas de hacer lo que ya haces y despierte tu curiosidad a aprender cosas nuevas y distintas a las que ya haces.