La gran mayoría de personas toman los
mandamientos como reglas jurídicas a las cuales hay que obedecer para evitar la
pena máxima. Aunque desde un contexto teológico eso en parte tenga algo de certero,
no deja de ser cierto que los mandamientos de la ley de Dios van mucho más allá
de una simple normativa moral y hasta legal.
Por experiencia he aprendido que cuando le
cambiamos el significado y la interpretación a una idea ya preestablecida le damos
oportunidad a que esta nueva idea genere resultados diferentes y positivos en
la manera como interactuamos con esa nueva “realidad”, o manera de ver y
percibir las cosas.
Como ya lo he escrito en dos de mis libros
publicados en Amazon (Cree y Soy Católico, no Cristiano) explico que los
mandamientos son máximas de amor de nuestro Creador guiándonos por el buen camino
para que no nos perdamos ni gastemos energías innecesarias causadas por los desvíos
de la carne.
Desde un punto de vista psicológico freudiano
se tiene entendido que lo que mueve al ser humano a hacer todo en la vida, sus
mayores motivadores son dos: el dolor y el placer. El Dr. Sigmund Freud lo
explicaba con palabras rebuscadas como Eros y Tanatos, haciendo referencia a
Eros del erotismo o lo que es lo mismo el placer de la carne, y Tanatos la
muerte y todo el dolor que eso conlleva.
Si meditas un rato acerca de esta idea puedes
caer en cuenta que no está muy lejos de la realidad y que sigue en pie hoy día.
Cada decisión que tomas va en base a esos dos elementos. Haces lo que sea para
evitar cualquier tipo de dolor y lo propio para sentir placer.
Trasladando este mismo conocimiento al plano espiritual,
específicamente a los mandamientos, se puede entender que cada uno de ellos sopesa
esos dos elementos en alguna manera.
El placer se puede leer también como el deseo
y en sus diferentes manifestaciones: deseo sexual, financiero, avaricia,
alimentos. Cualquier cosa que cause placer va a contener en latencia la opción de
desencadenar su repetición, con la idea de volver a obtener ese mismo placer.
Los deseos que no dañan a otras personas ni a uno mismo pueden llevarse a cabo
con mesura. En las exageraciones y extremos es donde ocasionan resultados
perjudiciales. Hay otros deseos o placeres que es mejor dominar con la psique
para evitar sumergirse en problemas mayores.
Entendiendo que toda acción trae
consecuencia, tal como dicen los orientales: “el aleteo de una mariposa en
oriente causa un maremoto en occidente”. Al darle cabida al zaceo del placer
inevitablemente trae consecuencias directas e indirectas. Siendo cauto y precavido
antes de darle rienda suelta puede ahorrar dolores de cabeza.
Al seguir el primer mandamiento de la ley de
Dios, el cual propone amar a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a
ti mismo, se está dando una formula ganadora para la felicidad terrenal y espiritual.
En neurología ya se ha comprobado la existencia de un sistema neurológico en el
cuerpo llamado sistema reticular, el cual es responsable de localizar patrones
en el mundo externo, reconocerlos y prestar atención a ellos.
Ese mismo sistema permite y facilita que se ponga
mayor atención en asuntos que se hayan elegido, casi bloqueando el resto que
pueda estar alrededor. Uno de los ejemplos clásicos es pedir que observen alrededor,
buscando todos los objetos que sean de color rojo. Luego se cierran los ojos, imagínando
uno por uno y su ubicación. Sin abrir los ojos, se debe señalar en ese mismo
espacio todos los objetos que sean de color marrón. Lo más probable es que no se
recuerde ni uno, aunque en realidad haya varios. El punto es que el cerebro se
hiperenfoca en el comando dado y casi bloquea el resto de la información.
Este mismo sistema se puede utilizar en el ámbito
espiritual. Si se coloca toda la atención diaria en cosas espirituales, de
Dios, se va a hacer más difícil prestar atención a las cosas mundanas y que
alejan del verdadero camino. Al permanecer leyendo y estudiando la Palabra,
junto con la ayuda de devocionales, estudios bíblicos, escuchando radio cristiana,
en meditación y oración diaria, se puede domar la mente a que aprenda a
concentrarse y poner atención diaria en las cosas de Dios y su voluntad.
Con la práctica diaria del primer
mandamiento, todos los demás se cumplen como efecto dominó. Por supuesto, como
seres humanos imperfectos y pecadores desde el vientre de nuestra madre (Salmo
51), siempre vamos a fallar de cumplirlos a cabalidad. Para eso está nuestro Señor
Jesucristo como nuestro sustituto, quien vivió una vida perfecta de obediencia
hasta la muerte, y su resurrección nos trae la salvación por su redención.
Gracias a Dios por darnos ese precioso regalo de la vida eterna a través de su
Hijo (Juan 3:16). Así pues, ya no tengamos miedo al dolor ni pongamos tanto énfasis
en lo que cause placer. Mas bien dirijamos toda esa energía, tiempo y enfoque
en las cosas que realmente valen la pena. Las cosas de Dios.