Es
mucho lo que se ha dicho y se ha escrito del poder de la palabra. Desde el
enunciado a viva voz de Dios dando las órdenes para la creación del universo hasta
que la palabra (el verbo) se hizo carne y habitó ente nosotros. Para mí la máxima
representación de poder es Dios, no hay nada ni nadie por encima de Dios. Y
cuando leo la palabra se desborda de poder. Sin lugar a dudas.
Unos
dicen: “Las palabras se las lleva el viento”, otros dicen: “la palabra tiene
poder”. Si me pones a escoger entre estas dos aseveraciones las escojo a las
dos, por una sencilla razón, cada una funciona en su contexto. Si por ejemplo estás
en medio de una negociación importante, en donde haya cosas en juego, la primera
afirmación cabe a la perfección. Nada mejor que algo escrito para cerrar tratos
y contratos.
Pero si
estás en el proceso de crianza de tus hijos, o en medio de un torbellino de tu
relación de pareja, más te vale que pienses en la segunda afirmación, pues lo
que digas podrá escribir una historia diferente en el futuro de esas
relaciones.
A mi
parece que la palabra del hombre, la tuya y la mía, ha perdido poder por varias
razones. Primero por la falta de compromiso en el cumplimiento de la misma.
Segundo por la carencia de seguimiento a su cumplimiento. Tercero, por la falta
de veracidad y fidelidad a la misma, ya nos es muy fácil decir lo que se nos
venga en gana sin importar si es verdad o mentira, como decía Niccolo Machiavelli
en su famosa obra El Príncipe: “El fin justifica los medios”. Estarás de
acuerdo conmigo que en muchas ocasiones decimos cosas que en verdad no creemos
o ni siquiera pensamos, solo las decimos como para llenar el vacío. Lo que se
nos escapa en momentos como esos es que perdemos la oportunidad de hacer la
magia que Dios nos dio desde el mismo momento del nacimiento, que es el de
decretar con la palabra y hacer que las cosas sucedan o se concreten en lo que
llamamos la realidad.
Si nos
mantenemos fieles a nuestra palabra, en concordancia con los lineamientos básicos
a la palabra de Dios, no hay manera que no convirtamos esas ideas en verdades y
realidades a nuestro alrededor, dejando atónitos a conocidos y extraños, mas allá,
aun a nosotros mismos, comprendiendo que ese poder no viene realmente de nosotros,
sino más bien de quien nos creó con su poder.
Ya sea
verbal o escrita la palabra debe permanecer fiel y verdadera para que esté
cargada de poder. No es una cosa que va a ocurrir de un día a otro, pero con
perseverancia, paciencia y constancia podemos llegar a desarrollar unas de las
fuerzas y poderes más granes concedidos a la humanidad: El poder de hablar y
decretar.
Así que,
de ahora en adelante, piensa bien lo que vas a decir o escribir, medítalo, consúltalo
con tu alma, pregúntate si todo eso es verdad, es bueno y bondadoso, y sobre
todo si realmente es necesario para los demás y nosotros. Si después de hacer
todo eso todavía sientes la necesidad de comunicarlo o decretarlo, hazlo con
todas tus fuerzas, desde tu corazón y tu alma con la plena seguridad que Dios
mismo, el universo, lo está escuchando y algo sucederá en ese respecto.
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