Creo que es
parte de mi personalidad y de mi ser traer temas y posiciones contradictorias y
polémicas, pero es esa sensación o necesidad de querer solventar las
diferencias mundanas.
En mi parte
como psicoterapeuta encuentro una dicotomía formidable entre lo que se ha
estudiado hasta ahora de la mente y lo que dicen las religiones al respecto.
Hay dos temas tabús imperdibles a discutir: el sexo y el dinero. Existen gustos
sexuales dentro y fuera de las conocidas parafilias que le pudieran dar sazón a
la vida sexual de una persona (todo dentro de la legalidad de cada sistema por
supuesto). Pero los dogmas y la iglesia atacan esos gustos, en muchas ocasiones
llamándolos perversiones o desviaciones, dependiendo cual sea el caso.
El caso es
si una persona le puede dar rienda suelta a su imaginación o fantasía sexual
con la finalidad de poder exteriorizar y diría que hasta sanar carencias,
necesidades y heridas internas, terapéuticamente hablando, estaría bien
recomendar soltar las inhibiciones y darse permiso de sentir y actuar, sin
perjudicar a nadie ni a sí mismo.
Pero pasando
ahora el plano espiritual, por lo menos mi religión, la cristiana, pondera este
asunto de manera muy diferente y hasta tajante. Como lo llama el problema del
pecado de la carne, hasta el punto que manda a mutilarse la parte del cuerpo
que la haga pecar, y si al caso vamos, es preferible que la persona muera
(literalmente) antes de que se “pierda” en los terrenos de los deseos carnales
y la lujuria.
Ahora mi
diatriba acá es la siguiente: ¿Qué se supone que uno debe manejar en la sesión
de psicoterapia con un cliente con esos gustos o preferencias? ¿Le debe sugerir
probar sus inhibiciones de manera sana o, por el contrario, que se abstenga de
hacer todo eso en detrimento de su salvación?
La respuesta contundente de
nosotros los consejeros cristianos es que se debe seguir y obedecer las leyes
de Dios hasta el final y con todas sus consecuencias, sin importar las
respuestas actuales y materiales de este tipo de recomendaciones, hasta el
punto que hay clientes que pueden correr el riesgo de quitarse la vida por
dichas carencias o “imposibilidades”.
Y ahora
pregunto: ¿y qué pasa cuando la persona en cuestión ya no es un cliente si no
un ser querido? He aquí unas de las posiciones más difíciles que he tenido que
tomar en mi vida. Entre la vida material de un ser humano al cual amo, o seguir
mis creencias religiosas y espirituales, que ya son parte firme e mis
convicciones como ser humano.
Y separo
las interrogantes por el simple hecho de con un cliente, en teoría, se puede
ser más objetivo y cauteloso y manejar los lineamientos más idóneos y
convenientes para cada caso. Pero en el caso de vivir eso en la familia es otra
historia, la objetividad desaparece y se empaña con un color oscuro de zozobra,
inquietud y malestar.
Y como casi
todo en la vida del cristiano, todo comienza y termina de rodillas, orando al
Creador, a que guie nuestros pasos, pensamientos y palabras para hacer su
voluntad por delante de la nuestra, sabiendo que siempre la sabiduría infinita
de Dios va por delante y siempre sucede lo mejor cuando oramos: “Señor, hágase
tu voluntad.”
Les
comparto que a lo largo de mi vida he tenido la dicha y el honor de compartir
con muy buenos amigos homosexuales, a los cuales les tengo alta estima y me han
enseñado a comprender más su visión. Pronto estaré trayendo al mundo, dando a
luz, un hijo de esas experiencias desde un contexto psicológico y espiritual.
Comparto lo que he aprendido y meditado hasta ahora de la homosexualidad y lo
comparto con todas aquellas personas que tengan amistades, familiares o lo
vivan en carne propia. La intención es poder traer a la mesa un tema de
discusión poco común y un punto de vista locuaz y certero sobre cómo abordar la
sexualidad desde el ámbito espiritual y psicológico, sin morir en el intento.
Espero lo disfruten.
Juan
Ricardo Díaz
No hay comentarios:
Publicar un comentario