lunes, 29 de febrero de 2016

Hogar, Dulce Hogar



Suena tan conocida esa frase que ya nos puede sonar a cliché. Pero creo que aún se puede aprender a convertirla en una realidad. 

La semana pasada una gran amiga y colega me compartió una frase a este respecto que reza: “La familia es una armonía de diferencias”. Suena lógico ¿verdad?, yo diría que hasta bonito. Pero ahora la cuestión, ¿te suena real?

Por supuesto que somos diferentes y que siempre va a haber diferencias entre los miembros de una misma familia. Ahora, la armonía la dejo al lado de la felicidad. Me explico. Tanto la felicidad como la armonía no considero que sean puertos de llegada, no son metas claras y precisas que puedas decir un día: “Ya llegué a mi armonía o a mi felicidad”. Pienso que más bien son un compendio de momentos que brillan con luz propia y nos hacen sentir de una manera específica, la cual las asociamos con alegría, contentamiento, regocijo, por ende, felicidad.


Y en los casos en los cuales podamos conseguir ese equilibrio entre las partes, estaremos viviendo momentos de armonía en el hogar. Pero me parece que a eso no se le llega solo ni por inercia ni por casualidad. Es el producto de una sumatoria de esfuerzos por partes los miembros integrantes de la familia que trabajan (y hasta hay veces que luchan fuertemente) por crear ese equilibrio, armonía y momentos de felicidad. Como dice el dicho en ingles de los gimnasios: “Si no hay dolor, no hay ganancia”. Entendiéndose que el dolor es producto de un esfuerzo incómodo que solo aquellas personas disciplinadas y motivadas pueden llegar a construir.


Esta mañana escuché en la radio a un pastor que decía que el hogar hay que disfrutarlo porque es el único pedacito del jardín del Edén que Dios nos dejó aquí en la tierra. No sé si ustedes lo sienten así, pero para mí esa idea tiene mucho sentido y emoción.


No importa que tan bien o tan mal estén las cosas en mi casa en determinado momento. Cada vez que llego de la calle y del trabajo, siento mi hogar como mi dulce oasis, en donde los brazos tiernos y amorosos de mi amada esposa me esperan. Ya no puedo decir lo mismo de mis hijos, quienes de pequeño si lo hacían (le puedo echar el muerto a la adolescencia, para no culparme por mi negligencia) pero ellos ya no me esperan de la misma manera, sin embargo, hay veces que salen destellos de ese amor infantil, el cual irradia mi corazón todos los días.


Pero aun en la soledad de mi hogar, no sé si es el olor o lo calientito y acogedor que lo siento, que el solo hecho de estar ahí, me infunde paz, armonía y tranquilidad. Siento como mi casa me abraza y me da el sustento emocional y físico que necesito en ese momento. Tal vez sean solo tonterías mías, pero mientras me funcionen, seguiré creyendo en ellas.


Es verdad, coincido contigo, hay veces que provoca salir corriendo, o como dice uno de mis hermanos, me provoca mudarme y no darle la dirección a nadie.


Pero son más los momentos de dicha, felicidad y armonía lo que me hacen apreciar ese pedacito de Edén, esa armonía de diferencias. Así que te invito a que comiences, si es que aún no has comenzado, a armar estrategias que te puedan conducir a crear esos breves momentos de paz, armonía y felicidad entre los seres que quieres y te quiere, dejando las diferencias florecer, aceptando a cada quien como es.

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