Esta idea viene del conocido dicho anglosajón: “Do
not judge the book by its cover”, lo que se traduce en: “No juzgues un libro
por su portada”. Obviamente se refiere a que no debemos criticar ni enjuiciar a
las personas por la forma como lucen, por su apariencia.
Eso tiene, como casi todo en la vida, destellos de
realidad y de fantasía. Lo que quiero decir con esto es que en muchos casos
puedes conseguir grandes seres humanos que deciden lucir de cierta manera poco común
o atractiva. Por otro lado, también están personas que difícilmente las podemos
considerar del género humano que visten y lucen muy bien. Hay de todo en esta
vida.
Yendo un poco más al detalle, luego de dos décadas
de analizar y observar la conducta humana, puedo casi asegurar que existe una cuasi
perfecta correlación entre como la persona luce y el estado de su mente y espíritu.
No es casualidad. Parto de la premisa básica en psicología: lo que es adentro
es afuera. Esto quiere decir que tendemos a proyectar de diferentes maneras nuestro
estado mental, emocional y hasta spiritual a través de la forma como vestimos,
nos arreglamos (o no) y en general, como lucimos externamente.
Pongo como ejemplo a una persona con muchos piercings,
tatuajes, corte de cabellos extravagante, sobre maquillada con colores oscuros.
Proyecta una imagen casi intimidante. Sin saberlo, esa persona nos está
contando en parte que le pasó en su proceso de crianza. Ha habido mucho dolor,
trauma y rechazo. Es muy probable que tienda a la depresión, pero lo manifieste
con rabia sin control. No se trata si es buena gente o mala gente, es solo que
deja claro con quien estás lidiando.
Por la fuerte tendencia creciente por estos días acerca
de lo correctamente político y toda esa cuerda de estupideces, se está
perdiendo la oportunidad y hasta el derecho de llamar y decir las cosas por su
nombre. Si una persona tiene determinada apariencia física no conviene ponerla
en frente como “cara” de un negocio al público. Esto no es discriminación, es
pura psicología. Cuando la persona luce así, manda un claro mensaje que está en
contra de la norma establecida, que no quiere lidiar con el público. Es mejor asignarle
un puesto de trabajo en donde haya un contacto mínimo con otras personas. De
seguro allí va a florecer y ser muy buen empleado. La mayoría de ellos tienden
a ser introvertidos, creativos, artísticos, les gusta y disfrutan mucho de su
solitud.
Por supuesto, toda regla tiene sus excepciones.
Puede darse el caso que vayas a comprar un automóvil y te atiende una de estas
personas antes descrita. Es posible que te cruces con extraterrestres como estos,
son pocos, pero los hay. Quiero decir que hay personas con muy buenos modales, respetuosos,
cariñosas, orientadas hacia las personas (extrovertidas) que pueden haber
tenido el desatino de presentarse de manera rimbombante, y pueden ser
excelentes vendedores o de atención al público. Insisto, son la excepción a la regla.
Si me preguntas mi opinión, no me desagrada como
lucen, pero si me puede causar cierta molestia debido que para mi es igual a
que anden desnudos con el pecho abierto sangrante, el corazón abierto latiendo
y un cartel en la frente gritando: “Ayuda”. Eso me espeluca y no me gusta
sentir esa sensación de desasosiego de no poder ayudarlos.
Recuerdo de adolescente me molestaba sobre manera
cuando mi querida madre (de profesión psiquiatra) me peleaba mis amistades,
sobre todo por la forma como lucían externamente. Hoy en día creo comprender
que me molestaba más aún porque de alguna manera yo me identificaba con ellos,
eran como una versión de lo que yo creía que yo era en esa etapa de mi vida. Aquí
aplica el dicho: “Más sabe el diablo por viejo que por diablo”. Al final, muchos
padres terminan teniendo la razón, pero no porque sean sabelotodo, más bien por
la cantidad de años de experiencia que llevan encima.
Por supuesto que hay personas con historias y experiencias
de vida similares y que no recurren a esos artilugios. Esos son más difíciles
de leer porque lo esconden detrás de su primera fachada. Lo que este segundo
grupo desconoce es que en sus primeros cinco minutos de conversación van a
dejar muy claro qué sienten y cómo está su mundo interior. Solo es cuestión de
escuchar y leer entre líneas.
Creo que somos vasijas de cristal transparente. En
ocasiones lo llenamos con objetos oscuros, otras veces con cosas claras y translucidas.
Si se presta atención, siempre se puede ver el contenido.
Si nos percibimos como una cebolla, con muchas capas
que recubren el núcleo, solo basta con observar la capa más externa para poder deducir
con precisión lo que hay dentro. Esa capa más externa son siempre nuestras
acciones, nuestra conducta. Ese comportamiento viene dado como repuesta a la
capa subsiguiente que es la actitud con la cual confrontamos lo que nos sucede.
Esta actitud viene claramente definida por las expectativas que ya tenemos
establecidas en cuanto a personas, situaciones o cosas. Y a su vez, todas esas
expectativas que hemos venido desarrollando a lo largo del tiempo, son convicciones
inequívocas de los verdaderos valores que llevamos dentro, muchas veces escondidos
en esa bóveda conocida como la mente subconsciente.
Si quieres conocer y entender en realidad cuáles son
tus verdaderos valores, tan solo préstale atención a tus acciones, no tanto a
tus palabras. Es como cuando te dicen: “demuéstrame con hechos, no con palabras”.
Si dices que lo más importante en tu vida es tu familia y te la pasas
trabajando, deja de engañarte y date cuenta de que tu verdadero valor es el trabajo,
no la familia. Sin excusarte en el melodrama que debes producir para mantener a
la familia, solo te recuerdo lo que decía el Dr. Erik Fromm: A la familia hay
que dar leche y miel. La leche viene a representar las necesidades materiales
que deben ser cubiertas, y la miel al amor que hay que demostrar frecuentemente
con acciones. Simplemente haz los ajustes necesarios para que vivas con los verdaderos
valores que te ayuden a llevar adelante una vida equilibrada y feliz.
Todo este planteamiento sirve para discernir qué se puede
esperar de ciertas personas, nunca para prejuzgarlos o criticarlos, pues no
somos quien para hacerlo. Cada uno vive su vida como le parece. Somos libres de
escoger, de ahí viene nuestro supuesto libre albedrío.
La invitación es que la próxima vez que te cruces con
una persona que luzca de tal o cual manera, no saltes a juzgarlo o criticarlo, entiende
su mundo interior y trátalo de acuerdo con esa percepción. Lo más seguro, que
al igual que tú y yo, solo necesita amor y aceptación.
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