Suena
tan conocida esa frase que ya nos puede sonar a cliché. Pero creo que aún se
puede aprender a convertirla en una realidad.
La
semana pasada una gran amiga y colega me compartió una frase a este respecto
que reza: “La familia es una armonía de diferencias”. Suena lógico ¿verdad?, yo diría que hasta bonito. Pero ahora la cuestión,
¿te suena real?
Por
supuesto que somos diferentes y que siempre va a haber diferencias entre los miembros
de una misma familia. Ahora, la armonía la dejo al lado de la felicidad. Me explico.
Tanto la felicidad como la armonía no considero que sean puertos de llegada, no
son metas claras y precisas que puedas decir un día: “Ya llegué a mi armonía o
a mi felicidad”. Pienso que más bien son un compendio de momentos que brillan
con luz propia y nos hacen sentir de una manera específica, la cual las
asociamos con alegría, contentamiento, regocijo, por ende, felicidad.
Y en
los casos en los cuales podamos conseguir ese equilibrio entre las partes,
estaremos viviendo momentos de armonía en el hogar. Pero me parece que a eso no
se le llega solo ni por inercia ni por casualidad. Es el producto de una sumatoria
de esfuerzos por partes los miembros integrantes de la familia que trabajan (y
hasta hay veces que luchan fuertemente) por crear ese equilibrio, armonía y momentos
de felicidad. Como dice el dicho en ingles de los gimnasios: “Si no hay dolor,
no hay ganancia”. Entendiéndose que el dolor es producto de un esfuerzo incómodo
que solo aquellas personas disciplinadas y motivadas pueden llegar a construir.
Esta mañana
escuché en la radio a un pastor que decía que el hogar hay que disfrutarlo
porque es el único pedacito del jardín del Edén que Dios nos dejó aquí en la tierra.
No sé si ustedes lo sienten así, pero para mí esa idea tiene mucho sentido y emoción.
No
importa que tan bien o tan mal estén las cosas en mi casa en determinado
momento. Cada vez que llego de la calle y del trabajo, siento mi hogar como mi
dulce oasis, en donde los brazos tiernos y amorosos de mi amada esposa me esperan.
Ya no puedo decir lo mismo de mis hijos, quienes de pequeño si lo hacían (le
puedo echar el muerto a la adolescencia, para no culparme por mi negligencia) pero
ellos ya no me esperan de la misma manera, sin embargo, hay veces que salen
destellos de ese amor infantil, el cual irradia mi corazón todos los días.
Pero
aun en la soledad de mi hogar, no sé si es el olor o lo calientito y acogedor que
lo siento, que el solo hecho de estar ahí, me infunde paz, armonía y tranquilidad.
Siento como mi casa me abraza y me da el sustento emocional y físico que
necesito en ese momento. Tal vez sean solo tonterías mías, pero mientras me
funcionen, seguiré creyendo en ellas.
Es
verdad, coincido contigo, hay veces que provoca salir corriendo, o como dice
uno de mis hermanos, me provoca mudarme y no darle la dirección a nadie.
Pero
son más los momentos de dicha, felicidad y armonía lo que me hacen apreciar ese
pedacito de Edén, esa armonía de diferencias. Así que te invito a que
comiences, si es que aún no has comenzado, a armar estrategias que te puedan
conducir a crear esos breves momentos de paz, armonía y felicidad entre los
seres que quieres y te quiere, dejando las diferencias florecer, aceptando a
cada quien como es.